Traza, Historia y Tiempo: Los Registros de la Memoria de Fidel Ferrando

             Cuando aún no existía el concepto del lenguaje, el ser humano percibía el mensaje de la naturaleza de forma directa, sin el filtro de esta trama de signos gráficos – palabras – con los que nos comunicamos desde lo que conocemos como el inicio de la Historia. Este mensaje pre-histórico manifestaba la propia existencia del ser en el mundo: un mundo cambiante, agreste, pero también lleno de sentido, de armonía, de plenitud, de belleza, que, como el ciclo de la vida se reanuda con cada nuevo día.


Apenas sí se articulaba un lenguaje, creado por sonidos y onomatopeyas, por incipientes palabras que daban forma a la comunicación. La palabra establecida que dio paso a la escritura llegaría miles de años después, pero el conocimiento que el Cielo y la Tierra transmitían a esos hombres y mujeres, iba tomando cuerpo a través de las formas del arte y, sobre todo, del arte de la arcilla.


En el siglo III a.C., el poeta chino Chuang-Tzu explica esta paradójica relación entre la palabra y el concepto:

 

El propósito de las palabras / es transmitir ideas. /

Cuando las ideas se han comprendido / las palabras se olvidan. /

¿Dónde puedo encontrar un hombre / que haya olvidado las palabras? /

Con ése me gustaría hablar.1


Esta misma relación es explicada por otro pensador chino contemporáneo atendiendo a la especial condición de lo artístico:


«¿Hay algo que demostrar en el arte? La lógica o la dialéctica – grosso

modo, la teoría y la misma ideología – están siempre muy alejadas del

arte, e incluso el lenguaje que se utiliza para explicar el arte, la

definición de las palabras resulta poco fiable, los conceptos abstractos

desbordan acepciones diferentes y son mucho menos claros que un

trazo de pincel o una mancha de tinta. Más te valdría renunciar a esta

intención agotadora e ingrata de explicar el arte mediante el lenguaje»2


Cuando nos acercamos al núcleo del fenómeno creativo, el conocimiento nacido de la materia – en este caso, la clara experiencia de la arcilla –, se antepone al conocimiento nacido del concepto, de la palabra. Como en los albores de la humanidad, la forma generada en barro es ontológicamente anterior a cualquier otra forma de lenguaje y, a la vez, transmite un mensaje irremplazable, instituible, inenarrable.


También las palabras sobre la creación del libro del Génesis refieren a este fenómeno:


«Entonces formó Yahvé Dios al hombre con barro de la tierra e inspiró

en sus narices aliento de vida y fue el hombre alma viviente» (Gn 2, 7).


Y del mismo modo encontramos los siguientes versos del Corán:


«¡Él es Dios! / El Creador; / el que da comienzo a toda cosa / el que

modela» (surata LIX,24)


Estas palabras no son sino el reflejo de una experiencia transcendente que pasa por las manos antes que por la razón, y por el conocimiento de la intuición antes que por el de la ciencia, aunque ciencia y razonamiento sean tan imprescindibles como la propia intuición para llevar a cabo una investigación cerámica, como bien sabe la obra de Fidel Ferrando.


La cerámica tiene una relación indisoluble con una acción primordial del ser humano, que precede al lenguaje y a la palabra, que conecta directamente con la experiencia estética primigenia y con la memoria; con una memoria ancestral, hija de la tierra, tónica, que no es la mnemosyne que nos transmite el pensamiento clásico, sino una entidad mucho más originaria y arcaica. De aquí también la ideonidad del título «Memorias para el silencio» con la que se presentan esta colección de trabajos.


Pero esta acción primordial de la cerámica no sólo no está exenta de conocimiento – y con ello de scientia –, sino que requiere un conocimiento extremadamente sutil y profundo, fruto de la acumulación de siglos y siglos de dedicación y de experiencia, milenios de contactos del ser humano con la arcilla y con sus procesos, con los engobes, vidriados…


Por ello el ceramista contemporáneo no sólo debe conocer la técnica, sino de algún modo, asumir un conocimiento ancestral, una cultura que se ha estratificado a lo largo del tiempo. Sólo desde esta asunción, artistas como Fidel Ferrando son capaces de plasmar la esencia del saber cerámico en la simplicidad del signo, de transcribir en el gesto la horizontal que guarda presencia del ser y nuestro recorrido en este mundo y, por ende, de registrar la memoria.


En este sentido la investigación que el artista realiza en su camino con la cerámica tiene un doble desarrollo. Por una parte prolonga el conocimiento de la tradición, de sus técnicas y de sus formas. Por otra parte, implementa la indagación individual, el espacio del taller, la alquimia de los elementos en la que el ceramista aporta su propia vivencia a unos materiales – patrimonio ancestral – que requieren en cada caso de una nueva vida, de nuevos registros para conservar su memoria.


En el espacio de la materia, que representa la horizontal de la tierra de la cual la propia cerámica es parte, se produce una estratificación del tiempo en las formas que Fidel Ferrando presenta. Cada obra es una densificación, una acumulación de estos distintos niveles del conocimiento, que se se solidifican y vitrifican a través de la fijación del barro en el horno.


La sobriedad de los signos, de las tonalidades que evolucionan partiendo los colores terrosos a los azules cuidadosamente elaborados, la preponderancia de la horizontal que recoge y atesora estratos, niveles de presión, de historia, de forma… toda esta serie de elementos configuran un lenguaje sólido y exigente, que no se deja espacio a lo superfluo, al adorno casual o al recurso efectista. Es el lenguaje nacido de la transformación de los elementos en el horno, del conocimiento las materias primas, del saber de una tradición que tiene su origen en la propia tierra, y del esfuerzo personal por el encuentro con lo esencial. Esta búsqueda de la esencia concentra en la obra una relación sintética entre lo externo y lo interno, de tal manera que aquello que vemos en la superficie (el color, la textura, los matices) es el reflejo de un sentido subyacente de la arcilla, formado en el núcleo de obra.


Del mismo modo que el corte realizado en la montaña permite ver los sedimentos de los distintos momentos de configuración del territorio a lo largo de la histora –

los registros de la memoria de la tierra –, las piezas cerámicas de Fidel Ferrando, parecen recorrer esos distintos grados de conformación geológica con sus leves movimientos, desgarros, erosiones y quiebros.


Una traza, una señal, un tenue signo en la materia para permitir el encuentro que, a través de la cerámica, nos une al mensaje latente del silencio sonoro que aflora cuando se han consumido las palabras.


Jorge Egea

Facultat de Belles Arts 

Universitat de Barcelona


 

1 Chuang-Tzu (s.III a.C) citado por RACIONERO, L. Textos de estética taoísta. Barral Editores, Barcelona, 1975, p. 25.

2 XINGJIAN, G. Por otra estética. El cobre ediciones. Barcelona 2004, p. 13.